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lunes, 8 de febrero de 2016

Reflexiones desde la experiencia

Henry Marsch, neurocirujano.


Siempre he querido entender cuál es el sentido de la vida y cómo debemos vivirla.

¿Y ha llegado a alguna conclusión?
En última instancia seguir la regla de oro: haz lo que te gustaría que hicieran contigo, algo muy difícil de llevar a la práctica.

En teoría, su trabajo consiste en hacer el bien con mayúsculas: salvar vidas.
Sí, de alguna forma extraña ser médico es un lujo moral, pero eso tiende a convertirnos en personas autocomplacientes y arrogantes.

¿Qué ha entendido tras ver tanto sufrimiento?
Menos de lo que esperaba. De joven creía que ver a diario esas cosas terribles que nos pasan, muy terribles, me haría amar la vida y no preocuparme de las cuestiones menores, pero resulta que no funciona así.

Lástima.
De la propia he aprendido que hay que ser honesto con los errores, y ser buen colega, porque a pesar de que el cirujano opera solo y es el gran gorila, el trabajo es en equipo, y cuando las cosas salen mal necesitas su consuelo.

Operar un cerebro ¿es como desactivar una bomba?
Si desgarras un aneurisma, el paciente muere; si tocas algo que no debieras, lo puedes dejar en un estado lamentable. Es desactivar una bomba pero para cobardes, porque el que muere o se queda hecho un ovillo es el paciente.

¿Cómo encaja esos errores fatales?
Al principio solía sentirme físicamente enfermo durante semanas; con el tiempo dura menos. Pero hay cierta tradición en la cirugía de esconder los errores, porque destrozarle la vida a alguien es doloroso y vergonzoso.

Si no eres honesto, no progresas.
Muchos cirujanos tienen secuelas psicológicas y hay en la profesión cierto alcoholismo, aunque nadie lo admite. Pero tampoco me gustaría un mundo de cirujanos new age, necesitas algo de hierro en el alma para hacer este trabajo.

¿Se acuerda del nombre de los pacientes que ha lisiado?
Sí, he dado conferencias para médicos analizando mis errores, así que durante meses todas las mañanas antes de levantarme he hecho un ejercicio de memoria de todos ellos, una experiencia muy dolorosa. Como decía René Leriche, todo cirujano lleva en su interior un pequeño cementerio.

Usted ha estado al otro lado.
Sí, he pasado por quirófano, mi mujer tiene la enfermedad de Crohn y a menudo está ingresada, y mi hijo mayor tuvo un tumor cerebral.

¿Sacó algo bueno de esa experiencia?
Después de una operación muchos cirujanos se meten en otra. Yo siempre salgo para llamar a las familias y decirles cómo ha ido. Pasé cinco horas deambulando por las calles del centro de Londres a la espera de noticias, sufriendo.

Su hijo era entonces un bebé.
Años después, en esa misma mesa de operaciones vi morir a un crío cuando mi jefe, el mismo neurocirujano que operó a William, fracasó en el intento de extirpar un tumor del mismo tipo.

...
Enfrentarse a los familiares es algo que todo neurocirujano evita si puede, es durísimo y te sientes responsable. Haber sido uno de ellos fue esencial en mi formación. Siempre les digo a los residentes entre risas que los médicos no sufren lo suficiente.

¿Qué ha comprendido de la vida?
Como hobby hago muebles, y de joven lo que quería era acabarlos rápido. Ahora los hago lo mejor que sé. Cuando te haces mayor te preguntas qué dejas para los que vienen detrás.

¿Ha tenido tiempo para sus hijos?
No mucho, pero me han perdonado. Cuando murió mi padre, al desmontar sus inmensas librerías me di cuenta de que sólo valía la pena conservar muy pocos de aquellos libros. Hay que tener poco y bueno, todo lo demás es lastre.

¿Qué hace bueno a un neurocirujano?
La pericia se adquiere, lo más difícil es tomar la decisión correcta. Nos enfrentamos cotidianamente a la muerte. Cuando salvas una vida, lo que sientes es de una profundidad e intensidad que sospecho que poca gente aparte de un cirujano puede llegar a experimentar.

...Pero se corren riesgos inmensos.
Sí, a veces por alargarle la vida a un paciente unos meses o por darle esperanza te arriesgas a que sobreviva con terribles lesiones cerebrales. Hay cosas peores que la muerte.

Tanto drama debe de estresar.
Te hace impaciente e intolerante con la burocracia y el papeleo, todo te parece trivial.

¿Qué teme de envejecer?
La idea de ser un paciente en un hospital con una enfermedad grave me horroriza. No me gustan los hospitales. Pero la mayoría de nosotros somos optimistas biológicos.

...Nos aferramos a la vida.
A la propia y a la de los seres queridos, y habría mucho menos sufrimiento si no lo hiciéramos. La vida sin esperanza es dificilísima, pero con cuánta facilidad la esperanza consigue volvernos necios a todos.

¿Qué sabe del amor y de las relaciones?
Querer a alguien es ponerlo siempre en primer lugar. Yo de joven fui egoísta y estúpido.

¿Qué merece la pena en la vida?
La familia y los amigos, sin ellos no puedes tener salud mental. Y sabemos que la ruta más fiable hacia la felicidad personal es hacer felices a otros.